porque tengo que ir a casa a escuchar el discurso que Churchill va a dar por la radio”.
Tras el momentáneo orgullo inicial, Churchill aplicó la prueba de fuego: Le alcanzó, en silencio, un billete de diez libras. Al ver la pequeña fortuna ofrecida, el taxista respondió:
Esperaré el tiempo que sea, señor ¡y que Churchill se vaya al infierno!.
El legendario primer ministro inglés reflexionaría así al recordar el episodio:
“Los principios han sido modificados por el dinero. Las naciones se han vendido por el dinero, el honor se ha vendido
por el dinero. Los hermanos se venden por dinero y hasta las almas se venden por dinero… ¿Quién le dio tanto poder al dinero que hizo de los hombres sus esclavos?
¿Por qué no nos damos cuenta de que el amor al dinero está acabando con la dignidad del hombre?